Introduciendo Dark Souls a los jugadores: una experiencia desafiante, misteriosa y absolutamente inolvidable que nadie debería perderse. Que el estigma de la dificultad no te asuste.
Al que muchos jugadores, yo quería introducirme en Dark Souls, desde su salida en 2011. Siempre me generó la curiosidad de probarlo, pero por cuestiones de dinero me era imposible adquirir mi copia. En su momento, para mitigar el dolor de ver a toda mi lista de amigos jugando, me distraía con el multijugador de otros títulos como Battlefield, intentando hacer sufrir a otros para no ser el único. Esto continuó hasta que Microsoft, por alguna obra divina que escuchó mis deseos, en su programa “Xbox Live with Gold” regaló este juego durante el mes de junio de este año. Pasaron tres años para que finalmente pudiera hacerme con una copia.
Mis primeras impresiones no fueron positivas, pero a medida que avanzaba en la historia, y tras unas 90 horas de juego hasta completarlo, tengo que decir que la experiencia es magnífica y fascinante, mucho más de lo que esperaba. El juego comienza explicándonos una era donde todo era oscuridad, hasta que apareció la primera llama. Con ella surgieron el frío y el calor, la vida y la muerte, la luz y la oscuridad. Gwyn, junto con otros dioses, se alió para mantener esa primera llama, desafiando en una guerra a los dragones eternos que gobernaban esa época, para así comenzar la Edad del Fuego. Sin embargo, las llamas comenzaron a debilitarse, quedando solo brasas, y dando paso a que la oscuridad prevaleciera.
Iniciamos como prisioneros en una mazmorra construida por Gwyn para encerrar a quienes han sido marcados por la señal oscura, condenados a no morir jamás y a perder nuestra humanidad, convirtiéndonos en “huecos”. Nuestra historia arranca en esa prisión decadente, hasta que un caballero misterioso nos arroja un cuerpo con una llave. Al salir, lo encontramos de nuevo, ya consumido por la locura, hablándonos sobre la leyenda del “no muerto elegido”, destino que compartimos con muchos otros.
Al principio parece la típica historia del héroe contra los villanos, pero Dark Souls es mucho más. Lo primero que nos encomiendan es tocar dos campanas, y a medida que cumplimos objetivos, entendemos que el juego no nos dará la trama en cinemáticas: hay que descubrirla explorando. La jugabilidad se basa en investigar tierras desconocidas, llenas de enemigos hostiles que generan tensión y asombro a partes iguales.

Lordran, el reino donde transcurre la historia, es bello y mágico pero también decadente, con ruinas y muerte en cada rincón. Encontraremos personajes con diferentes propósitos; algunos nos ayudarán si les prestamos nuestra ayuda. Dark Souls es famoso por su dificultad: exige concentración y observación, ya que incluso el enemigo más insignificante puede matarte. La confianza que otros juegos me habían dado, haciéndome sentir como Chuck Norris, se derrumbó aquí: tardé una hora en pasar lo que parecía el tutorial.
Las almas que obtenemos sirven para subir de nivel según nuestra clase, pero si morimos las perdemos, pudiendo recuperarlas solo si no morimos antes otra vez. Esto puede ser desmotivador, pero la recompensa por perseverar es enorme. Entre sus aspectos negativos, el juego explica poco: apenas enseña mecánicas básicas y deja sin detallar mejoras de armas, pactos o rutas recomendadas. La libertad total del mapa permite llegar a zonas para las que no estamos preparados, lo que puede castigarnos duramente.
La comunidad de jugadores es muy activa, compartiendo descubrimientos y ayudando a otros mediante mensajes o invocaciones. También existen invasiones de otros jugadores que pueden acabar contigo de un solo golpe. Dark Souls está lleno de historias, teorías, alianzas y traiciones, con un misterio que empuja a seguir jugando. No quiero entrar en detalles para no arruinar la experiencia de descubrimiento, pero sin duda es un juego que recomendaría encarecidamente.

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