Funny Games (Austria, 1997) – Michael Haneke

Paul, uno de los villanos de Funny Games, guiñando el ojo al espectador antes de entrar en la casa de la familia protagonista.

AVISO: El autor de la entrada se ha despachado a gusto, destripa y spoilea Funny Games sin miramientos. Si no la habéis visto y tenéis intención de hacerlo, no sigáis leyendo. Avisados quedáis.

Hoy os voy a hablar de una película de terror que no deja indiferente a nadie. Causa en el espectador sentimientos enfrentados, pero todos con un nexo común: lo desagradable. Un manjar que todo amante del cine debe probar, sabiendo de antemano que se le va a atragantar. Una temática difícil de llevar a la pantalla por su rareza macabra y perturbadora, que no suele ser del agrado de la mayoría (aunque, claro está, los psicópatas también ven cine). En cualquier caso, Funny Games debe ocupar su sitio como manifestación artística: la violencia.

Argumento

Empecemos por el argumento, tomado de Filmaffinity y rematado por nosotros:

“Acaban de empezar las vacaciones. Anna, Georg y su joven hijo Georgie parten hacia su bonita casa a orillas del lago. Sus vecinos Fred y Eva han llegado antes que ellos. Las dos parejas quedan para una partida de golf al día siguiente. Hace buen tiempo. Mientras padre e hijo preparan los aparejos del velero, Anna cocina la cena. De repente aparece Peter, un joven muy educado, huésped de los vecinos, que viene a pedir algunos huevos porque a Eva no le queda ninguno. Anna se apresura a dárselos, cuando de pronto se pregunta cómo ha podido entrar Peter en la casa. El joven le explica que Fred le ha enseñado un agujero que había en la cerca…”

A partir de aquí, lo que parecía pura cordialidad se convierte en pesadilla. Empieza el juego. ¿Divertido?…

Los protagonistas revelan poco a poco sus verdaderas intenciones. Los huevos eran solo una excusa: su plan es ganarse la confianza de la familia para luego secuestrarla. Primera parte del juego.

Paul, uno de los secuestradores, va dejando claro que ese será el último día de las vidas felices de Anna, Georg y su hijo. Segunda parte del juego.

Finalmente cumplen lo prometido y acaban con la familia. Tercera, pero no última, parte del juego.

Los personajes: Paul y Peter

De ellos sabemos que son dos amigos que, en vacaciones, se dedican a secuestrar familias, torturarlas y asesinarlas como forma de entretenimiento. Supongo que ir a Ibiza, a América o a Europa ya no les bastaba, así que buscan experiencias más “fuertes”. ¿Por qué a los locos cuando se les va el cable les da por la carnicería humana y no por, no sé, construir catedrales con palillos?

En realidad, los verdaderos protagonistas de la cinta no son la familia —con la que el espectador puede empatizar— sino estos dos psicópatas. Unos “malos” con los que resulta imposible identificarse, a diferencia de otros villanos como los Corleone.

Sus formas y su lenguaje delatan educación y estudios, probablemente universitarios. ¿Qué ha fallado entonces? ¿La sociedad? ¿La familia? ¿La educación? Podría parecer la excusa perfecta para responsabilizar a otros, pero la conclusión es clara: son responsables de sus actos. Y lo peor, quizá, es que ni siquiera sienten culpa.

Freud lo resumió con el concepto de “Thánatos”. O como decía aquella otra película: “Hay gente que solo quiere ver arder el mundo”.

La familia: Anna, Georg y Georgie

La familia feliz que va al chalet de verano pronto se ve atrapada en un espiral de violencia. La psicología puede explicarlo a través del concepto de “indefensión aprendida”: la víctima cree que en algún momento la situación mejorará, sin imaginar que la estrategia del opresor es precisamente prolongar su sufrimiento hasta el desenlace final.

El niño logra escapar para pedir ayuda, pero descubre que los vecinos ya están muertos. Anna intenta huir, pero Paul la utiliza para atraer a nuevas víctimas. Cuarta parte del juego.

El espectador

También es un personaje. Observa, desespera y se dice: “Si me pasara a mí, haría tal cosa”. Siente impotencia, miedo e incredulidad. Y Haneke lo sabe: juega con nosotros, rompiendo la cuarta pared en una escena donde rebobina la película para frustrar nuestras expectativas de un final hollywoodiense.

Funny Games obliga a reflexionar sobre la violencia como forma de expresión artística. Igual que el amor, la violencia en el arte no debe confundirse con un manual de conducta. La única reacción lógica es el rechazo, y el malestar que genera la película es precisamente parte de su valor. No es casualidad que los personajes vistan de blanco, igual que los Drugos de La naranja mecánica.

Versiones de la película

La original es de 1997, pero en 2007 Haneke rodó un calco plano por plano con actores americanos como Tim Roth. Nuestra recomendación: quedaos con la austríaca. La fuerza en pantalla de Arno Frisch como Paul es inimitable.


Funny Games es una película que, como buen amante del cine, debes ver al menos una vez en tu vida. No por entretenimiento, sino por lo que provoca y lo que dice sobre nosotros mismos como espectadores.


By Mr Hyde – Orgullogamers. Desde el oscuro sótano de mi mansión.

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