La lista de Schindler y Senderos de gloria: cómo abandonar los tópicos del cine para transmitir verdad

cómo abandonar los tópicos del cine

Cuando la realidad humana transciende todo artificio

El cine, como cualquier arte, tiene sus convenciones; sus recursos y herramientas: sus maneras de contar las historias. En concreto, cuenta con la interpretación de los actores, la música, la composición de los cuadros, la luz… la puesta en escena. Estas herramientas son esenciales para transmitir la historia a los espectadores. Igual que los idiomas, que tienen sus reglas para transmitir mensajes, el cine tiene un lenguaje propio; uno que todo cineasta debe conocer y del que se debe servir para contar sus historias, aunque este pueda estar en un relativo estado constante de cambio y evolución.

Pero a veces, en algunas obras, la realidad sobrepasa todo eso. A veces, toda la forma da igual y lo que está ocurriendo, la realidad humana que se quiere contar, trasciende todo artificio. Es en esos momentos cuando los directores deben callarse y dejar que la verdad de lo que están mostrando hable por sí sola. Y para esto, deben saber cómo abandonar los tópicos del cine.

Hay muchos directores que han dejado el modo de representación institucional a un lado y han convertido lo no convencional en una convención en sí misma, movimientos que han roto una y otra vez con los sistemas establecidos: el neorrealismo italiano, la Nouvelle vague… y esto hablando sólo de occidente. Pero, por un momento, olvidémonos de todo ese cine y centrémonos en el cine más tradicional en sus formas.

cómo abandonar los tópicos del cine - la lista de schindler

La lista de Schindler y Senderos de gloria

La lista de Schindler y Senderos de gloria son, en muchos sentidos, dos películas radicalmente distintas: las separan casi cuatro décadas y mucha historia del cine. 

Senderos de Gloria fue el cuarto largometraje de Kubrick. Se estrenó en 1957 y es una obra temprana del director; es anterior a sus grandes obras maestras por las que, hoy, se le recuerda, como 2001: Una odisea en el espacio o La naranja mecánica. Por otro lado, La lista de Schindler de 1993 se estrenó cuando Steven Spielberg era uno de los directores más exitosos del momento, habiéndose estrenado ya películas como Tiburón, E.T, el extraterrestre, Indiana Jones, Los Goonies, Parque Jurásico… Más que ayudar al director a consagrarse, esta película reafirmó su capacidad de hacer «cine de autor» y no solo blockbusteres.

Pese a todo, estas películas tienen muchas otras cosas en común; la primera y la más obvia, que ambas son en blanco y negro; la segunda, que son películas sobre guerras. Senderos de Gloria es sobre la Primera Guerra Mundial (marcará mucho el cómo representar esta guerra; hay tópicos que, por ejemplo, se pueden ver aún en películas recientes como 1917) y La lista de Schindler sobre la Segunda. Pese a todo, trabajan desde perspectivas muy distintas: una desde el punto de vista de los soldados, mientras que la otra sigue la vida de los judíos durante el régimen de Hitler. Pero lo que las hace más parecidas no es ninguna de esas cosas, sino dos escenas que, sin embargo, argumentalmente no tienen nada que ver.

Senderos de Gloria trata los juicios militares que siguen a un ataque fallido, en el que altos mandos del ejército quieren cargar la responsabilidad sobre los soldados y juzgarlos por “cobardía”, lo que  supone ser fusilado. Tras ser juzgados como culpables les dirigen  al sitio donde serán fusilados, teniendo que desfilar entre una hilera infinita de soldados, tamborileros y altos cargos del ejército.

Y, en este momento, la película se calla.cómo abandonar los tópicos del cine - paseo senderos de gloria

Solo escuchamos el ruido de los tambores y de los pasos. Todo el mundo está en un silencio sepulcral, a excepción de uno de los soldados que llora desconsolado y se pregunta por qué tiene que ser él quien muera de manera tan injusta. La cámara, después de unos planos mostrando la situación, hace un travelling siguiendo a este soldado que dura casi todo el camino. Kubrick nos vuelve a mostrar a los soldados de los laterales que ven a los juzgados caminar, y volvemos al soldado que llora. La media de duración de cada plano es muy larga, apenas hay movimiento.

Cuando los soldados llegan finalmente a donde les van a fusilar, les atan mientras cumplen las órdenes de uno de los personajes principales y siguen todas las formalidades esperadas del ejército. Todo esto con una sobriedad aplastante. No hay música, solo tambores; no hay gritos, solo los lloros de uno de los militares. Los que querían verles muertos ahora les miran con miedo. Y cuando tienen que hablar lo hacen arrepentidos. Un cura va uno por uno, rezando por ellos para asegurarse de que vayan al cielo y, finalmente, les fusilan. La escena dura cinco minutos, no hay elipsis ni ningún salto en el tiempo. Se muestra todo lo que ocurre, de principio a fin, todas las acciones, todas las expresiones.                                

Lo mismo hace Spielberg en La lista de Schindler. Cuando en el campo de concentración van a clasificar a los judíos, les hacen desnudarse y correr dando vueltas a una especie de patio. Todo esto ocurre con una sobriedad y realismo increíbles. No usa música extradiegética tampoco, lo que se escucha es lo que escuchan los personajes de la escena, un vinilo puesto por megafonía que rompe completamente con el tono de la escena. Mientras tanto, corren, viéndose forzados a perder su dignidad, siendo juzgados por unos médicos impasibles.

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Vemos a las mujeres maquillándose con su propia sangre, desesperadas por parecer más jóvenes, mientras escuchamos los gritos de los soldados nazis de fondo y la música que pretende enmascarar toda la situación. Los soldados, por otro lado, ríen mientras cientos de personas desfilan desnudas y son observadas como ganado.

El momento se retrata de manera casi documental. Los cuerpos desnudos son cuerpos reales, de personas reales; su vergüenza y, sobre todo, sus ganas de sobrevivir, son casi reales. Todo termina cuando los niños son los que salen y sus padres ven cómo se los llevan mientras corren en avalancha para intentar parar a las furgonetas.

Tanto Spielberg como Kubrick dejan que la situación hable por sí misma. No le ponen música orquestal que enfatice el momento (y no porque no la tengan), no hace que los actores lleven el drama hasta el infinito; no hacen nada que no sea completamente verosímil y real (cosa que muy rara vez ocurre en el cine). La situación habla por sí misma y, aunque podrían haberlas mostrado de una manera completamente distinta, no lo hacen. Porque la realidad de estas escenas supera todo artificio.

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