Análisis de Final Fantasy XVI

Por Carles

La nueva entrega de Final Fantasy XVI, por mucho que digan lo contrario, no condena el nombre que ostenta, sino que enriquece el legado que acarrea de una forma elegante y divertida.

A veces me da vergüenza admitir que mi primer contacto con la saga Final Fantasy fue a través del infame y perverso Final Fantasy XIII-2. De hecho, tras ese encuentro, y durante una larga temporada, no quise volver a saber nada de la saga, porque el mal sabor de boca que me dejó ese juego me hizo sentenciar demasiado mi visión sobre la franquicia. No fue hasta que descubrir los clásicos (Final Fantasy VI, Final Fantasy VII, Final Fantasy VIII y, en especial, Final Fantasy IX, mi favorito de entre todos ellos) que me atreví a darle una segunda oportunidad al tema. El cambio de perspectiva que me provocaron esos juegos (probablemente, los más queridos de la saga) me hizo recobrar la esperanza en el asunto. Así, y por la parte que le corresponde, Final Fantasy XVI, hoy por hoy, no solo ha resignificado de gran manera mi relación con la franquicia, sino que, además, la ha reforzado a un nivel que comenzaba a flaquear, el de la jugabilidad. De hecho, como apenas quise ver nada previo al lanzamiento, el juego me pilló por sorpresa. Y qué gustazo que haya sido así.

Me da la sensación de que Final Fantasy XVI nació como la pretensión de dar un paso hacia adelante en todo aquello que enalteció a los Final Fantasy más queridos, los mismos que me hicieron recobrar el gusto con la saga. Concretamente, este nuevo capítulo de la franquicia busca responder, bajo mi punto de vista, dos preguntas fundamentales: cómo sería readaptar la esencia y el tono de un Final Fantasy clásico en 2023, y cómo sería si eso se hiciera incorporando el dinamismo de los hack & slash modernos. Mientras escribo estas líneas, han pasado ya varios meses, desde el lanzamiento del juego, y el resultado, en base a esas preguntas que indicaba, aunque no haya sido tan aclamado como cabría esperaría, a mí, personalmente, me ha parecido fabuloso. No tanto porque el juego sea excelentísimo, sino porque apaña de manera elegante y divertida una nueva forma de pensar en Final Fantasy, en especial de cara al futuro.

Mi reino por un fénix

Para empezar, pongamos las cosas en su sitio: Final Fantasy XVI es la historia de una reconquista; de igual modo, es la historia de Clive Rosfield, un noble caballero muy interesante forzado a vivir en el exilio después de una catástrofe que asola con su reino; ahora bien, por encima de todo, el juego es una suerte de exploración acerca de la relación entre la realidad y la magia, y sobre los efectos de esta en las personas que nos rodean. La cosa es que estos tres flujos de narración, a la larga, se entrelazan en una ecuación de elementos que, si bien demuestra una cierta uniformidad, consigue funcionar mucho más debido a la voluntad del juego que no tanto porque todo ello encaje de la mejor manera. Con esto no pretendo señalar que la máquina no lleve a cabo su cometido, ni mucho menos, sino que, aun funcionando, a veces desprende ruido de más.

Pero vayamos poco a poco. Los primeros destellos de Final Fantasy XVI se despliegan como una toma de contacto bastante acertada tanto con la historia (y sus personajes) como con las mecánicas y sus recovecos. Esos recovecos podrían parecer que no son muchos, es cierto; pero lo cierto es que, aunque pocos, la clave reside en lo sugerentes que son, en su conjunto. Un claro ejemplo de esto lo vemos al desarrollarse el combate contra el primer boss, Molbol. Ese es el primer «encuentro serio» del juego porque es en el que debemos tener presente todas las variables. Es verdad que ese desafío tarda un poquito en llegar; no obstante, cuando lo hace, creo que es suficientemente efectivo, eso sí, como para hacernos pensar en los compases que nos pide el juego. Porque es en todas esas primeras misiones, y en esos primeros combates —algunos de ellos aparentemente insulsos— donde está encapsulado todo el resto del juego: es decir, hablamos de una obra en la que la movida versa sobre encuentros más o menos rápidos —y atractivamente dinámicos— en escenarios definidos, sí, pero amplios y ricos en detalle, en los que, tanto para bien como para mal, apenas hay cosas que hacer más que acatar objetivos, ya sean de misiones principales o secundarias.

Final Fantasy XVI

¿Uniformidad sin profundidad?

Sobre el papel, Final Fantasy XVI, al igual que todo buen hack & slash, no te exige más que prestar atención a los ritmos y al timing; al menos, quiero decir, se le da mucha más prioridad a eso que no a otras cosas. Aunque, bueno, nada que ver con la furia jugable que requiere un Bayonetta, por ejemplo. Porque aquí el margen de error es amplísimo, por lo general, lo que nos invita, de igual forma, a indagar y experimentar, sin demasiadas preocupaciones, con diferentes combinaciones y sinergias entre los poderes y habilidades de los eikons. Esto es algo muy interesante, la verdad, debido a que las posibilidades que ofrecen no son tantas como cabría esperar, las cosas como son, pero tienen un peso suficientemente potente como para cambiar radicalmente la forma de discurrir por el juego y sus desafíos. Con desafíos me refiero, sobre todo, a los bosses principales, debido a que la mayoría de enemigos se despliegan, más que nada, como estorbos con los que lidiar en el transcurso de una misión a otra.

Y hablando de los enemigos, es cierto que el juego carece de una profundidad que lo haga más estimulante de lo que termina siendo. Como decía al principio, la cosa funciona, sí, pero respecto a ese «ruido de fondo» hay momentos en los que… como le prestes demasiada atención, termina siendo molesto. Porque, por ejemplo, apenas hay variabilidad en los enemigos, tanto en diseño como en mecánicas de combate, y encima terminan abundando más de la cuenta las malditas esponjas de daño. Lo mismo sucede con los bosses, pero de forma no tan exagerada. A algunos de ellos se les han aplicado lo que me gusta llamar «mecánicas de MMO» (por ejemplo: típicos efectos de área que esquivar en el momento justo), cosa curiosa a todo esto, pero la mayoría de los jefes, quitando los duelos entre eikon, son un tanto simplones y, en el peor de los casos, poco memorables, algo que nunca debería ocurrir en un Final Fantasy de estas características. Todo esto, en fin, supone el principal desequilibrio del juego porque a ojos de según quien puede terminar por hundir la experiencia.

Final Fantasy XVI

Hermandad ardiente

Lo que comentaba antes puede ser motivo, reitero, para dividir el público potencial al que va destinado el juego. Pero me veo en la posición de señalar que esta apuesta por lo jugable, no tanto en base a la profundidad sino en base a la versatilidad, hace de Final Fantasy XVI el típico juego que más mejora cuanto más y mejor lo juegas. Puede que no tanto en lo estratégico, como había sido hasta ahora, pero sí en lo mecánico. Es decir, cuanto más recurres a las posibilidades que el juego pone a tu disposición —una vez más, no son muchos los recursos, pero tienen su encanto— y cuando mejores combinaciones consigues sacar de los eikons, más divertido se vuelve el intentar ver más allá de lo que se supondría. Así, la movida se podría resumir en que Final Fantasy XVI se permite el lujo de abrirse al público cual parque de atracciones (lectura que se podría interpretar majo un fundamentado matiz peyorativo, pero, bueno, nada más lejos de la realidad). Y, joder, vaya parque de atracciones (en el mejor de los sentidos pretendo señalarlo).

Además, los fantásticos personajes que nos da a conocer el juego, más que un fin en sí mismos, son un motor genial para el correcto funcionamiento de toda esa nueva manera de engrasar la maquinaria. Tal vez cabría aceptar que se echa de menos, en según qué momentos, una exploración interior más correcta de sus motivaciones y aspectos psicológicos, pero no me parece desacertada la construcción que reciben. Encima los planos que obtenemos de ellos vienen enmarcados por una banda sonora incapaz de dejar indiferente a nadie. He aquí la mención especial: la banda sonora compuesta por el maestro Masayoshi Soken. Hacía mucho tiempo que no escuchaba algo de este calibre, tan a rebosar de artesanía. La banda sonora de Final Fantasy XVI es tan mágica, vigorosa e incluso memorable como el resto del título (y me atrevería a decir que tal vez un poco más). No me considero suficientemente versado en temas musicales como para profundizar en la lectura de su estructura o composición; pero es brutal, en fin, cómo cada pieza ayuda a cargar el peso de la narración con tonalidades pocas veces alcanzadas en un juego de esta saga.

Final Fantasy XVI

Conclusiones de Final Fantasy XVI

Con todo, considero que Final Fantasy XVI, con su muy acertada agilidad y su sorprendente apartado audiovisual, no necesita ser más de lo que es. Puede que no le sentaran mal dos o tres capas más de pintura en según qué zonas, es cierto; pero, en fin, el juego ofrece un viaje absolutamente increíble de principio a fin. Al final del día, se trata de una aventura en la que se nota mimo e inteligencia; seguramente funcionase más y mejor, ya digo, si no se preocupase tanto en si aquello que ofrece es o no positivo. Pero la obra dispone de la consistencia necesaria para no desentonar, ni que sea por los pelos, en comparación a otros del mismo género, como Devil May Cry V. Así pues, es posible que Final Fantasy XVI no sea un Final Fantasy a la altura de los grandes, pero es un hack & slash bien sabrosón, vaya, de esos a los que da gusto invertir el tiempo. Quizá el título se podría haber afinado un poco más, pero está claro que, a veces, merece la pena salir ni que sea un poco de la zona de confort para dejar espacio a lo que ha de venir. Y, al menos para mí, bienvenido sea todo nuevo modo de repensar Final Fantasy.

Por ende, Orgullogamers califica a Final Fantasy XVI con 4 cervezas sobre 5.

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