Los colores de los ciegos o el lento crepúsculo – De Kentucky: Route Zero y su poética sinestésica.

Kentucky: Route Zero y su poética sinestésica

La sinestesia, el paso de un sentido a otro, es el lenguaje con el que Joseph ha aprendido a aventarle sus pensamientos a extraños. Hoy os hablamos de Kentucky: Route Zero a través de su poética sinestésica.

Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

Poema de los Dones-Jorge Luis Borges.

Atardece para el condado de Kentucky, el sol arroja sus persianas de fuego y siembra sombras a la fauna de la carretera; un caballo de plástico agigantado le da la espalda al espectáculo, mirando como hipnotizado algo que se sale del encuadre. Un camión se arrastra hasta el borde de una estación de gasolina y escupe desde sus entrañas tiznadas a un hombre semimuerto. Un perro, quizá más viejo, quizá más muerto, acompaña a Conway a preguntar sobre una dirección que no existe, a la que no se puede llegar.

Ambos, perro y camionero, parecen competir por ver quién se mueve más lento, hasta llegar a un hombre que no se mueve. Sentado, una bombilla le parpadea sus luces oxidadas y proyecta dimensiones a los dos forasteros. Empiezan a hablar. Y a partir de aquí, el juego de Carboard no dejará de infligirte líricas cuchilladas, tajos de verso y tristeza que se acumulan y sedimentan al fondo de todos los diálogos. Casi como si fuera real.

Kentucky: Route Zero y su poética sinestésica - Bosque

Escribo este texto porque no he visto arranque más perfecto para ninguna otra cosa perteneciente el etéreo esqueleto del videojuego moderno. Más precisamente, lo escribo porque Joseph, el hombre congelado en inmovilidades nocturnas, que siempre te espera en tu primera milla, es una persona sin mirada, pero el juego nunca te lo dice explícitamente, y en esa incomunicación recae toda la magia. Para mirar su ceguera hay que aprender a mirar, o a leer. Igual que Borges, que Milton, que Joyce, que Homero y que Sábato, Joseph identificó la luz secreta de su lento crepúsculo y la dobló hasta convertirla en palabras. Y es nuestro juego el interpretar toda esa luz que gimotea versos. Kentucky es un juego que se lee con los párpados entumecidos.

Se trata, pues, de la conversación que el jugador, Conway y Joseph sostienen. Se trata de que Conway y Joseph son antónimos; el primero, un anciano quieto con los ojos vacíos, pero que aprendió a mirar con el resto del cuerpo y a moverse entre sus nostalgias. Conway, por su lado, un hombre que se ha dejado las piernas, caminando de un lado a otro, sin llegar nunca a ninguna parte. Un hombre incapaz de resucitar uno solo de sus pasados. ¿Quién es el que ya no mira? ¿Quién es el que no se mueve? Para ejemplificar la sinestesia de Josep y llegar de una vez al ojo de todo este texto, analicemos uno de sus primeros diálogos:

Joseph: Claro que sí. ¡Hay que parar y respirar la carretera! Seguro que cuando está por ahí conduciendo, con la mirada fija hacia el bello horizonte… ¡bueno, seguro que eres más poeta que el viejo Joseph!
Conway: ¿Te gusta la poesía?
Joseph: Nah, ahora solo me gusta escuchar la televisión. Solía escribir mucha poesía en la computadora, pero mi oído ya no es el mismo.

Kentucky: Route Zero y su poética sinestésica

La primera cosa que brinca en alarmas, es cómo Joseph cambia el pronombre con el que se dirige a su interlocutor: «está, eres«. Joseph sabe que Conway, a pesar de ser más joven, está más cerca de apagar las pupilas, por eso le invierte el tiempo, lo rejuvenece con verbos. La segunda: para Joseph, la carretera se respira como si el asfalto se volviese aire (¡y respirar la carretera!). No sólo eso, también contrapone la quietud y la movilidad: (…) “la mirada fija hacia el bello horizonte”. Los ojos podrán permanecer quietos, pero no la mirada; la mirada se mueve, tiende hacia más allá del espacio. También, su televisión no se ve, sino que se escucha (ahora sólo me gusta escuchar la televisión).

Y la poesía, antes que escribirse, se oye; antes que pluma, hay timbre. ¿Quizá Joseph aprendió a distinguir entre los sonidos que hacía la tecla de cada letra en el teclado de la computadora? ¿O se refiere a que literalmente la poesía está hecha, antes que nada, de ese murmullo privado al que nadie tiene acceso, incluyendo el poeta? Sea como sea, la sinestesia, es decir, el libre flujo de sentidos, el paso de un sentido a otro, es el lenguaje en que Joseph ha aprendido a aventarle sus pensamientos a extraños. Algo parecido al “lenguaje de los murciélagos”, que se explora en el interludio Here and There Along the Echo.

Desde de esa vitalidad tan alegórica, que lustra y rejuvenece todas las frases de Joseph, se contrapone la vejez semántica de Conway, quien es, irónicamente, más joven. Sus respuestas son, a menudo, bisílabos y sustantivos simples, verbos sencillos, onomatopeyas sin ninguna clase de emoción impregnada. Esto no es ninguna casualidad, pues la vejez, las mellas de los años en el cuerpo y la mente, son otro de los temas neurales de KR0.

Kentucky: Route Zero y su poética sinestésica - Carretera

Ya más adelante en el juego, cuando exploremos la deteriorada memoria de Conway y su incapacidad para asir fielmente uno solo de sus recuerdos (tanto que necesita nuestra ayuda para rellenar los huecos), se desprende la idea de que la auténtica antigüedad que él transporta de aquí para allá no es otra que su propio cuerpo. Él es la mercancía. Y quizá también, por eso, no sea tan extraño encontrar todos esos correos en la computadora de Joseph, que sugieren que la compañía eléctrica, Hard Times (guiño guiño), le cortará la luz si no paga a tiempo ¿Para qué necesita un ciego la luz? Esta compañía es, por cierto, la misma que luego, en el capítulo 4, empacará la voluntad abolida de Conway y se la llevará para que labore en jornadas infinitas

El juego está lleno de momentos así; está hecho de momentos así. No hay escena que no esté manipulada desde una performatividad muy particular, desde un punto de vista ingenioso, y a veces críptico. Esta ceguera inaugural es una de tantas que no dejarán de despedazarnos los ojos.

Después de todo, los seres ciegos parecen reunirse, casi que por instinto, en los bastiones de la gramática o, para el caso, del algoritmo. La literatura ha sido siempre el refugio de todos los que ya tan solo miran sombras. Joseph quiso escribir poesía, pero no pudo. Tuvo que convertir su vida en poesía para que nosotros, los que lo miramos no mirarnos, las sombras de su lento crepúsculo, pudiésemos entender que no es lo mismo ser ciego que ser invisible.

 

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