El Grand Theft Auto protagonizado por Niko Bellic tiene una serie de mecánicas jugables que nos recuerdan que, antaño, lo sencillo era mejor.
Estamos en la recta final del lanzamiento del producto audiovisual más esperado de la última década. Por supuesto, estoy hablando de Grand Theft Auto VI. En esta espera de ya menos de un año (increíble que sea así) somos muchos los que estamos rejugando a nuestros juegos favoritos de la franquicia. Unos le darán al GTA V para revivir, una última vez, la historia de Franklin, Michael y Trevor. Otros, cogerán a Carl para revivir su historia por todo el estado de San Andreas y buscar la riqueza en Las Venturas. Los habrá quienes, con ganas de revisitar Vice City, apunten a Tommy Vercetti en su conquista de la ciudad. Pero, por supuesto, también los habrá quienes, como yo, hayan decidido visitar la Liberty City de Grand Theft Auto IV y Niko Bellic, con la historia más cruda de la saga.
Y es que GTA IV tiene algo especial. Siempre ha sido un juego muy divisorio debido a la pérdida de opciones jugables y de personalización que existían en San Andreas. También por su conducción, que era más pesada y menos arcade, buscando quizá un realismo que no termina de cuadrar del todo pero que, personalmente, creo que se adapta a la perfección a la ciudad. Y, por supuesto, el odioso filtro de la época que hacía que todos los juegos tuvieran el mismo tono, en este caso, de un gris exagerado.
Pero también es uno de los GTA más queridos. Y lo es por presentar una historia madura con un personaje que no está para tonterías. Niko Bellic, inmigrante europeo en Nueva York, busca huir de su pasado como un soldado joven obligado a ir a una guerra en la que perdió prácticamente a todos sus amigos, e incluso a su hermano. Así, los creadores de Red Dead Redemption nos cuentan una historia basada en la mentira americana y en el falso sueño que pretenden vender. Una historia en la que el inmigrante es repudiado simplemente por su origen y a lo máximo que puede aspirar es a hacer el trabajo sucio. De hecho, la inmensa mayoría de personajes y ambientes que se reflejan durante la trama son o inmigrantes o de origen extranjero, representando así la realidad de un país, Estados Unidos, que a día de hoy parece más olvidada que nunca.

Un día cualquiera
No obstante, la pretensión de este texto no es la de señalar lo acertado de los temas que trata Grand Theft Auto IV, sino la de hablar de lo cotidiano del juego. La cuarta entrega numerada de la saga de Rockstar volvió a una época actual tras explorar épocas pasadas en sus anteriores entregas. Con esto, el estudio tuvo que incluir las tecnologías que cada vez estaban más en la vida cotidiana de las personas. Algo tan simple como incluir un móvil, el sistema de SMS y el internet en los ordenadores personales (aunque más comúnmente en los cibercafés) sirvieron de punta de lanza para incluir una serie de mecánicas que acercaban la vida de Niko Bellic a la realidad.
Un día a día cualquiera en GTA IV puede empezar de la siguiente manera. Te despiertas temprano en un apartamento cochambroso de Bohan, el distrito ocupado principalmente por los inmigrantes puertorriqueños de Liberty City. Sales a la calle y lo primero que ves es a un chalado pregonando no sé qué en la acera de enfrente. Todos los días está ahí, ya lo conoces. Aún es demasiado temprano para nada en particular, así que decides ir al cibercafé más cercano a revisar tu correo electrónico. Es Liberty City, no te apetece conducir entre el tráfico, así que paras al primer taxi que ves y te subes. El taxista, un latino que va escuchando el último hit de Daddy Yankee a través de San Juan Sounds, te pregunta a donde quieres ir. Le indicas una calle de Broker, el primer distrito que pisaste al bajar del barco tras una larga travesía.

Llegas al cibercafé de Broker y Alejandra, la dependienta, te saluda como siempre, aprovechando para intentar ligar contigo. Ya te conoce, siempre vas a ese café a consultar internet y has trabado cierta relación con ella. Le gustas, pero tú no estás interesado en ella. Pagas por una hora de internet y te sientas a consultar tu correo. Publicidad, estafas en webs raras, un correo de Brucie y otro de tu madre. Abres este último. Tu madre, siempre con el mismo tono lúgubre de alguien que ha pasado una guerra, te desea lo mejor a ti y a tu primo Roman. Se piensa que vivís entre lujos. No sabes si contarle la verdad o mentir, como tu primo, para no preocuparla. La mujer está mayor, decides que una mentira piadosa es lo mejor. Te sientes mal por mentir a tu madre, pero es mejor que nada. El remordimiento de haber escapado de Bosnia buscando una oportunidad que el país de las oportunidades no te da hace que no tardes en abrir el correo de tu colega Brucie. Dinero fácil, quiere que robes un coche. Que así sea.
No quieres demasiados líos por lo que pudiera pasar, así que decides hacerte con una pistola. Llamas a Jaboc, tu colega fumeta que te deja las armas un poco más baratas. Te contesta de mala gana, pues aún estaba durmiendo, pero el negocio es el negocio. Te dice una calle no muy lejos de ahí, así que decides ir andando. Al llegar, él ya está allí. Te saluda como siempre, con su jerga tan particular, y abre el maletero de su coche con todo el arsenal. Esta vez solo quieres una pipa simple, así que no le compras nada más. Te coge el dinero y se pira mientras por la ventanilla del coche sale humo del canuto que se acaba de encender.

Vale, es hora de ir a por el coche. Está bastante lejos y no quieres gastar más pasta. Llamas a tu primo, Roman, y le pides que te mande un taxi de los suyos. Él no se puede negar, es tu primo y te quiere mucho. Esperas cinco minutos y aparece el taxista de origen árabe de siempre. Se queja, como siempre, de tener que llevarte gratis. Te llama vago y presume de la vida que lleva y de las tías que se tira solo por llevarlas en taxi. Te da la chapa todo el trayecto hasta dejarte en una calle no muy concurrida de Algonquin, el distrito de los ricos de Liberty City.
Ahí está el coche, un Infernus naranja. Te acercas, intentas abrirlo con la manilla, pero nada, está cerrado. No queda otra; codazo a la ventanilla. Suena la alarma pero te da igual. Abres el coche desde dentro, te sientas y le haces un puente. En lo que tratas de arrancarlo aparece un policía, que te apunta con el arma. No estás para tonterías. Sacas la pistola y le pegas un tiro en la pierna a través del parabrisas. Tienes que irte de ahí echando leches. Aceleras a fondo y te pones dirección al Pay ‘n’ Spray más cercano para despistar a la policía y arreglar el coche, pues Brucie pagará más si está en perfecto estado.
Pasan unas horas y ni rastro de la policía. El coche ya está como nuevo, únicamente que ahora es verde. Es hora de ir al taller de Brucie en Broker. Atraviesas el maldito Borough Bridge con su estúpido peaje de cinco pavos, pero mejor no saltárselo. Dejas el coche en perfecto estado y se te paga un buen dinero por ello.
Ya es de noche. Recibes un SMS de Dwayne quejándose porque nadie quiere quedar con él. Pasas, es realmente deprimente el tío. Mientras revisas el móvil te llama Packie, tu colega irlandés medio loco y cocainómano. Te propone ir a beber a un bar cercano. Le dices que sí y que pasarás a buscarle.

Le recoges, te habla de otro familiar suyo que es alcohólico, bebéis cerveza en el pub irlandés de confianza, volvéis en coche tratando de que la policía no te pille borracho. Le dejas en casa de su madre y ya eres libre para volver a tu apartamento cochambroso en Bohan, donde te dejas caer en el sofá cama para dormir la mona y terminar así otro día en la ciudad de los sueños y las libertades.
Lo gris como protagonista
A esta cotidianidad de la vida en Liberty City, hay que sumarle una ambientación tan divisoria como perfecta. Y es que sí, el juego es gris, oscuro, apagado. Un otoño sin colores y con frío. Pero es una apuesta y…diría que es acertada. Rockstar no siempre busca la seriedad. De hecho, únicamente Max Payne 3, Red Dead Redemption 2 y Grand Theft Auto IV son los únicos juegos que tienen más tintes serios que de coña. Y aquí funciona por el tono de la historia. Niko Bellic no quiere nada de lo que le sucede alrededor, simplemente se ve arrastrado por la falacia del sueño americano.
Esa falacia es una mentira que vende de color una realidad que, en la mayoría de los casos y sobre todo para los inmigrantes, es gris. Oscura. Apagada. Todo esto dota al juego de un cariz de novela negra que en muchas ocasiones puede recordar a fotogramas de Los Soprano o El Padrino. Y que no da lugar a la felicidad, porque no la busca.
En GTA IV existe una mecánica un poco única según la cual, si el jugador mueve la cámara para mirar hacia arriba, se produce un efecto de alejamiento que busca recrear la sensación de cuando miramos un rascacielos desde la base. Sensación de vértigo y pequeñez frente a lo masivo. Porque, una vez más, GTA IV no busca que Liberty City sea una ciudad acogedora, alegre y con futuro. Busca suprimir al jugador y que Niko Bellic no pueda encontrar la felicidad.

Una historia sin lugar para la felicidad
Y es que GTA IV no permite que Niko Bellic sea feliz. Por eso, cada vez que encuentra el amor, es traicionado. Por eso, tiene que elegir entre su primo o el dinero. Por eso sus amigos son unos psicópatas que están tan mal como él. Niko es utilizado, perseguido y engañado varias veces. Niko no es capaz ni de aliviar su conciencia cuando busca venganza. Niko, como tantos otros inmigrantes en Liberty City (y en el mundo en general) llegó cargado de sueños, pero se irá vacío y peor que antes.
Quizá por ello Grand Theft Auto IV busque ser un juego tan realista, donde lo cotidiano está tan presente y dónde las relaciones de amistad se trabajan vía SMS. Un juego dónde son tus colegas los que te ofrecen trabajo y en los que te apoyas en los momentos más crudos. Un juego, donde te escribe tu madre para preguntar cómo estás y puedes contarle la verdad o mentirle. Joder, GTA IV es un videojuego donde tienes que ir a comprarte un traje para la boda de tu primo.
Al igual que en Red Dead Redemption 2 podías tomarte un café en el campamento mientras ibas de aquí para allá hablando con tus compañeros, humanizando así a Arthur y a todo el grupo, solo espero que en Grand Theft Auto VI podamos hacer cosas cotidianas con Lucia y Jason. Que podamos, por ejemplo, ir a cenar juntos, haciendo vida de pareja, y no todo se limite a pegar tiros. Qué coño, espero que en GTA VI exista un «primo Roman» que te llame cada dos por tres para quedar. Y que suene tan cariñoso como sus «Niko, my cousin«.

He escrito dos libros con mis desgracias. Soy sociólogo y redactor a tiempo parcial. Miyazaki y Kojima os como los huevos. También soy un borrachuzo.