Hellblade es asombroso, es uno de los proyectos más únicos de la industria. Ninja Theory ha sabido jugar bien sus cartas y apostar por un título que ha llegado para quedarse
«¿Para qué existe el arte?» o «¿a quién le hace falta?» son cuestiones que, en multitud de ocasiones, no sólo han hecho reflexionar al artista, sino también a aquellas personas que, de un modo u otro, reciben, contemplan o «consumen» el arte. En cualquier caso, todo arte que no pretenda ser «consumido» simplemente como producto puede ser utilizado como un poderoso canalizador de la condición humana. Y, así, enfrentar al espectador curioso e interesado a toda clase de interrogantes.
Los videojuegos han demostrado, en más de una ocasión, su destacada capacidad para la inmersión. Pero también han demostrado esa capacidad para canalizar lo más profundo de nosotros. Hellblade: Senua’s Sacrifice, la nueva gran obra de Ninja Theory, se agarra a ese propósito desde un principio. Hellblade no pretende ser simplemente «un producto de consumo». El juego pretende ser estudiado, meditado y, por encima de todo, experimentado. Hellblade quiere dirigirse a todos con la esperanza de despertar una impresión que, ante todo, sea sentida.
Llevo un par de días dándole vueltas al juego y pensando en este análisis. En su momento, sólo con ver el tráiler de lanzamiento ya sabía que quería escribir sobre él. Sabía que iba a ser un videojuego que no me desagradaría, uno que llegaría lleno de propuestas interesantes y momentos únicos. Incluso ahora, habiéndolo acabado, todavía me emociona. Y seguro que seguirá haciéndolo cada vez que oiga hablar de él. Pero no resulta sencillo hablar de Hellblade: Senua’s Sacrifice. Resulta difícil plasmar ciertos sentimientos en un texto así. Sobre todo siendo la psicosis un tema bastante complicado de tratar y enrevesado de medir para todos aquellos que no la padecemos.
La psicosis se nos presente en formato «jugable». Y, a veces, uno no puede evitar sentirse como si estuviera observando a una paciente a través de un cristal. Ahora bien, esos momentos, en mi caso, fueron escasos ya que, a medida que vamos avanzando, el juego lograba que ese «cristal» se diluyese para que fuese mano a mano con Senua.
La premisa toma inicio con la guerrera celta viajando hacia tierras vikingas para reclamar a Hela (diosa del inframundo, en la mitología nórdica) el alma de su difunto amado —torturado y ejecutado durante una invasión vikinga—. Desde un principio, puede verse cómo el argumento se sostiene sobre varias capas. Sin embargo, la que me resultó más interesante fue ese enfoque agónico y psicológico tan portentoso que tiene el juego para representar, alegóricamente, la situación por la que está pasando la protagonista.
La presencia de la psicosis
Aunque contemos con elementos propios del videojuego, Hellblade: Senua’s Sacrifice no es un título meramente épico, sino una obra de sentimientos; no sólo los de Senua, sino también los de todo el equipo de Ninja Theory. Durante los primeros minutos de introducción, podemos apreciar a una Senua herida emocionalmente, remando de manera inquieta y nerviosa, aunque decidida, con un propósito. A su vez, con la principal voz narradora sobreponiéndose, miles de voces no dejan de hostigar y de susurrar. Senua es ante todo humana. Y su peligrosa hazaña (literal o metafórica) es una lucha incansable contra la realidad. Una dura realidad que desde un principio, como hemos comentado, no quiere aceptar.
Hellbade es alucinante. El juego presenta un sistema verdaderamente brillante, sobre todo, en relación a toda la estructura del combate. Al estar compuesto por una interfaz extremadamente sustractiva (no dispondremos de barra de salud, ni medidores), y una «penalización» que se refleja en la extensión de la podredumbre como elemento representativo de la pérdida de cordura, la experiencia de combate cobra una intensidad asombrosa. Todas y cada una de las batallas se presencian como si fuesen relevantes. Como si nos fuera la vida en ello. Incluso los rivales aparentemente más sencillos harán que mantengamos la espada en alto, en vista a que cualquier paso en falso, y cualquier movimiento, puede desembocar en fatales consecuencias.
En relación a este asunto, el mayor problema es, quizá, la cámara y su enfoque. En ocasiones me dio bastantes problemas, haciendo que determinadas coyunturas de combate se volvieran un tanto frustrantes. Hay momentos en los que ciertos enemigos se materializan justo detrás de nosotros, originando que muchas veces fallezcamos injustamente —pesé a que las voces en la cabeza de Senua suelen alertarlo cuando ocurre—. Además, si bien es cierto que el combate está representado de manera francamente impresionante, no deja de ser convencional. Y eso, a la larga, hizo que los enfrentamientos se me antojaron un tanto tediosos, al igual que repetitivos. Sobre todo durante la acumulación de oponentes y sumándole la falta de variación de enemigos (obviando los jefes finales). Ahora bien, cada adversario impone muchísimo, y muchos de ellos están llenos de simbolismo; pero, al final, todo ello sirve para reforzar las emociones humanas de Senua.
Lo increíble del viaje de Senua
Cualquiera que esté familiarizado con el término de la deconstrucción sabrá que Hellblade: Senua’s Sacrifice encaja perfectamente con esa categoría. El punto fuerte de toda la obra recae en la manera en la que nos hace sentir y presenciar el viaje. Lo importante aquí es el cómo, en la reconciliación con uno mismo, se da el primer paso. Lo crucial del mensaje recae en el descubrimiento de nuestras virtudes y en el enfrentamiento contra todos aquellos horrores que duermen en nuestro recóndito subconsciente. Hellblade se centra, más que nada, en la sutileza: es un juego sobre la soledad, la duda y la indefensión. El terror que se percibe en la obra se basa, sobre todo, en el sonido y en las múltiples voces que no dejaremos de escuchar en todo momento. Lo que oímos es diegético, sí; pero se siente extremadamente cercano. Al fin y al cabo, «las batallas más duras se luchan en la mente».
No cabe duda que el grandísimo trabajo de Ninja Theory para representar y reflejar los más tenebrosos delirios de la psicosis es asombroso. La atmósfera —que nos absorbe desde el minuto uno— embadurna los escenarios de manera única, fomentando una adornación aterradora. Aunque, es verdad que la mayoría son, en cierta manera, lineales. Hubo momentos en los que os prometo que quería dejar de jugar, porque a través del espeluznante sonido binaural, y las tinieblas acechando cada claustrofóbico pasillo, tenía la sensación de que, en cualquier momento, podía ser engullido por una oscuridad eterna de la que no habría escapatoria alguna.
Hellblade: Senua’s Sacrifice es uno de los videojuegos más importantes que he tenido el placer de poder experimentar este año. Es uno de esos títulos en los que merece la pena desconectar completamente de la realidad y, sencillamente, dejarse llevar por la magia. A lo largo de muchas generaciones, las premisas que se centran en «el Héroe» embarcándose en un viaje han intentado de muchas y diferentes maneras presentar perspectivas interesantes, distintas y cautivadoras. Sin embargo, la mayoría de ellas terminan desembocando en lo mismo. Hellblade es alucinante porque presenta una historia que trasciende todo eso. Pocas veces hemos tenido la oportunidad de ver de qué manera se libra el conflicto introspectivo y emocional de un protagonista.
Conclusión
He pensado mucho acerca de la gran experiencia que ha supuesto Hellblade, no sólo para mí, sino para toda la comunidad. Hellblade es alucinante porque nos enseña que no todo se trata de envolvernos en sombras y encerrarnos en lo inevitable. La forma en la que el título lleva a cabo sus ideas es demoledora. Es una obra que juega estupendamente bien sus cartas y, llegados al final, se despide con un emotivo mensaje lleno de optimismo.
Una vez traspasado el eslabón final, podemos ver cómo nuestra guerrera ha aceptado aquello que parecía irremediable. La historia de Senua se cierra bajo la luz de un nuevo amanecer. Hellblade es alucinante en muchas cosas, sí. Otra de ellas, quizá la que más, es en esa capacidad para relatar cómo el tiempo no espera a nadie y nosotros siempre seremos arrastrados con él. En medio de una tormenta de confusión puede no ser sencillo conocernos a nosotros mismos, y descender hasta lo más oscuro de nuestra alma puede resultar terrorífico; pero es el único camino para conocer nuestro lugar en la realidad y saber quiénes somos. The world is just illusion trying to change you.
Escritor aficionado y, creo yo, artista frustrado. Videojuerguista desde que tengo uso de razón, entusiasta de la narrativa y amante del rol. Graduado en Filosofía (UIB). Radiante de día; alomántico de noche.