Psycho-Pass, dirigido por Naoyoshi Shiotani, es un anime que, pese a sus ingredientes típicos, se desenvuelve de una forma excelente.
(Nota: El siguiente artículo podría contener spoilers del anime Psycho-Pass. Además, el contenido del mismo sólo abarca la primera temporada de la serie).
Mi primer contacto con Psycho-Pass fue desastroso. Ante todo, honestidad. Recuerdo que la primera vez sólo duré cinco episodios y, constantemente, tuve la sensación de que la serie se empeñaba en dar pasos acelerados. Su propuesta me pareció un tanto insulsa y, por raro que parezca, no conecté ni con su mundo ni con sus personajes. Tampoco tuve la impresión de que la trama fuese más allá de lo evidente. Si me hubiesen preguntado en aquel entonces… fácilmente, hubiese respondido que, en fin, «todo mal».
En retrospectiva, no me reconozco. Hoy por hoy estoy en posesión de una perspectiva francamente distinta acerca del asunto. Tras haberle dado una segunda oportunidad a la serie, me he dado cuenta de que la obra de Naoyoshi Shiotani contiene suficientes buenas virtudes como para entregarle el sobresaliente a la labor que desempeña. Sí, Psycho-Pass es sencillamente brutal.
Un mundo de plástico
En primer lugar, atendamos al contexto. La premisa de Psycho-Pass se sitúa en un Japón distópico en el que la sociedad está dominada y controlada por una inteligencia artificial denominada Sibyl. Esta IA, omnisciente y omnipotente, se encarga de, entre otras funciones, identificar y someter a criminales. Cada individuo es juzgado por el sistema a cada instante. El trato recibido puede variar según el coeficiente criminal que se ostenta. Si un sujeto resulta ser potencialmente peligroso para el bienestar público, automáticamente es puesto bajo vigilancia.
Los protagonistas son un grupete de agentes de policía que trabajan para la Oficina de seguridad pública. Ellos son los brazos ejecutores del sistema Sibyl, y los encargados de preservar el orden. A su disposición, los agentes tienen unas singulares pistolas con las que medir el coeficiente criminal de las personas, los dominator. Estas armas son los ojos de la IA del sistema y están pensadas para adaptar el tipo de disparo según la persona a la que apuntan. Si se trata de un criminal con un altísimo coeficiente, el modo de disparo es «aniquilación letal». No hay vuelta atrás.
No obstante, el diablo está en los detalles. Los agentes de policía se dividen en dos grupos: inspectores y ejecutores. Los ejecutores son policías de altísimo coeficiente criminal que están supeditados al sistema. Ellos son los principales encargados de atrapar o matar, según dicte la IA, a los maleantes. Los inspectores, por el contrario, se encargan de vigilar las acciones de los ejecutores (deben asegurarse de que no se pasan de frenada).
Una vez hechas las presentaciones, la serie va erigiendo un potentísimo, retorcido y distintivo carisma que llega a impregnarlo todo. En lo más esencial del bloque narrativo, este carisma se acentúa en un carácter dual al constituirse a partir de la síntesis entre dos ideas: la realidad y la apariencia, dos caras que Psycho-Pass talla en una misma moneda.
Psycho-Pass: realidad y apariencia
El desarrollo más representativo de este asunto lo encontramos, como no, en el nexo entre dos personajes de lo más importantes, el ejecutor Shinya Kogami y el criminal Shogo Makishima. Es el caso más obvio, vaya. La disputa entre Kogami y Makishima no solo retiene la atención del espectador literalmente desde el principio (la serie inicia in medias res con la presentación de ambos sujetos) sino que, además, llega a extenderse a lo largo de toda la primera temporada. El caso para atrapar a Makishima llega a ser el main core de la trama.
La dualidad carismática que se diluye entre los dos tipos es increíble, las cosas como son. Mientras que Makishima, el pasional antisistema, exhibe un código de colores claros en el que predomina el blanco, Kogami, representando a la supuesta justicia, luce un conjunto de lo más oscuro. Makishima, de apariencia malvada, se rige por la realidad del libre albedrio; Kogami, por contra, actúa desde la apariencia del orden, la estabilidad y el control, pero la realidad es que, en el fondo, entre otras cosas, es tan esclavo de sus pasiones como el que más. La apariencia de lo que en la serie separa el bien y el mal termina escalando, ya digo, en una realidad de profundísimos grises.
Sin embargo, el desarrollo del carisma dual también reluce entre la inspectora Akane Tsunemori y la inteligencia artificial, Sibyl. Oh, Akane… ¡Qué grandísimo personaje! Esta relación, para mí, es sin duda la más interesante, por sus matices, por sus capas de profundidad y por sus implicaciones narrativas. Sobre todo, teniendo en consideración que el sistema Sibyl, al final, es el verdadero antagonista de peso en esta historia. En palabras de Álvaro Arbonés, el sistema Sibyl «representa aquello que es la sociedad de Psycho-Pass: racionalismo puro». Y en un mundo en el que los fríos sueños de la razón producen monstruos como Sibyl, la calidez que aporta Akane Tsunemori es la hoguera de una llama esperanzadora.
Bajo mi punto de vista, la confrontación entre Makishima y Kogami, aun siendo cojonuda, creo que termina relegándose demasiado al servicio de la exhibición y el drama policial. En cambio, la problemática entre los ideales de Akane y el criterio de Sibyl es «el soporte hermenéutico que, constantemente, invita a la reflexión y al cuestionamiento». A un nivel más esencial, ejerce, de igual modo, como el combustible del carismático enfrentamiento entre la moral piadosa y la letalidad sin escrúpulos.
Este conflicto de intereses entre Akane y Sibyl se hace aún más patente a medida que avanza la trama. El tira y afloja que se genera entre ambos personajes es de lo más interesante debido a que se desarrolla no tanto de manera directa, que también, sino indirecta. Mientras que Sibyl reconstruye y gestiona la realidad desde las apariencias, muchas veces en el sentido más literal, la inspectora Akane Tsunemori convive en la apariencia (social) desde la realidad y el peso de sus ideas. Ambas se necesitan mutuamente; necesariamente saben que deben coexistir pero, a la vez, se repudian.
Un mundo de errores uniformes
Si bien parece que, en términos generales, la filosofía queda principalmente sumergida en los diálogos, en los que se recurre a citas de autores como Descartes, Weber o Pascal, Psycho-Pass intenta profundizar en el asunto de una forma un tanto más… elegante. Lo carismático de la serie no solo reside en lo dual de su construcción, sino también en el cómo quiere reflexionar acerca de los problemas éticos con los que, de un modo u otro, trabaja.
A la hora de trazar puentes de empatía, por ejemplo, lo más fácil, pienso yo, sería marcarse la del Kojima y ofrecer un emotivo/sensacional monólogo a la muerte de tal o cual personaje o criminal. Hay ocasiones en las que, efectivamente, esto ocurre ―imagino que debe ser un recurso ineludible, yo qué sé―. La ejecución de Makishima sería un ejemplo, claro, a pesar de que como personaje se lo termina ganando. Pero la mayor parte del tiempo el foco de atención suele centrarse en cómo los protagonistas gestionan sus vaivenes emocionales a través de su conexión con el mundo.
Si prestamos atención a cómo están escritos, no cabe duda de que la mayoría de ellos agrupan caracteres que hemos visto con anterioridad en cientos de ocasiones. No obstante, poseen una manera muy particular de exhibir sus rasgos y preocupaciones. En realidad, me atrevería a decir que nada tienen que envidiar a otros. Y aunque los personajes que experimentan un fuerte arco de desarrollo son pocos, como Kogami, Akane o el agente Ginoza, los demás, aun siendo ciertamente planos, no dejan de desprenden un aroma carismático de lo más atractivo. Todos cumplen su función de un modo excelente. Para qué mentir: a Shusei Kagari, por ejemplo, aun siendo secundario, se le termina pillando bastante cariño (requiescat in pace).
La clave de este «éxito» reside en el hecho de que el grupo de policías esté dividido en dos bandos, los inspectores y los ejecutores. Esto sin duda se presta mucho a la integración de dinámicas de lo más sugestivas. En especial a la hora de explorar los dilemas éticos tan característicos entre, por ejemplo, lo que es justo y lo que no. Porque, al final del día, los ejecutores no dejan de ser «criminales a sueldo», ¿no? Las dudas y conflictos internos hacen tambalear los lazos que hay entre todos ellos. Además, la serie no duda en sobrepasar los límites si así lo considera oportuno.
Las reflexiones con las que Psycho-Pass pretende trascender son tan atemporales como necesarias. Hacía ya mucho tiempo que el speech de un personaje no me sacaba las lágrimas. Las palabras de la agente Akane acerca de la importancia de la ley ―siguiendo la estela socrática― me calaron hondo. Como resaltaba Sofía Cervantes en su texto de Psycho-Pass para Katabasis, «un ideal perfecto creado por seres imperfectos siempre será imperfecto». Y me parece poético el modo en que el personaje de Akane es plenamente consciente de ello. Nunca deja de lado la empatía y la necesaria responsabilidad que se debe tener la hora de tratar con algo tan frágil y delicado como la condición humana.
Conclusión
La cosa es que, más allá de mis pajas mentales, me encanta que la primera temporada de Psycho-Pass se presente como el inicio de algo grande. Desde el principio, sus intenciones son claras, y sus métodos pienso que son mucho más sabios de lo que supe ver en su momento. La serie ahonda sin tapujos en los problemas que pone sobre la mesa. Y, aunque el mundo de afuera es de lo más interesante, centra sus esfuerzos en explorar la íntima realidad de sus personajes.
Psycho-Pass es sencillamente brutal. La obra nos habla de la quizá no tan ficticia convivencia entre lo vivo y lo mecánico, entre la profundidad de lo humano y los claroscuros de la tecnología. En su mayoría, lo hace juntando el trillado suspense del thriller policiaco con la energía de una obra cyberpunk; pero también uniendo unos personajes memorables y una narrativa que, con todo, es verdaderamente conmovedora.
Escritor aficionado y, creo yo, artista frustrado. Videojuerguista desde que tengo uso de razón, entusiasta de la narrativa y amante del rol. Graduado en Filosofía (UIB). Radiante de día; alomántico de noche.