Relatos Solidarios: El soldado estornudó

Relatos Solidarios: El soldado estornudó es el título del nuevo relato recibido en la redacción para ser compartido con todos vosotros en vuestra cita de los miércoles con la literatura.

«El soldado estornudó»

Muy buenas a todos. Como viene siendo habitual en la página, hoy miércoles tenemos un nuevo relato que ofreceros. De puño y letra de «uno de los nuestros», nuestro compañero Daniel Viñambres. En esta ocasión, vamos a dejar una pista más clara en la imagen de portada, por lo que el mini juego que os solemos ofrecer con cada relato, en el que no sabemos en principio a qué videojuego hace referencia, cobra una nueva dimensión.
Aún con esas y como de costumbre, la solución al final del relato, ya que estoy seguro que alguna visita random, no sabrá a que juego pertenece la imagen…pocos, pero «haberlos haylos».

Os dejo con Daniel. Y os recuerdo que aún podéis participar en esta sección. Enviar vuestros relatos a redaccionog@gmail.com

-El soldado estornudó-
Hacía frío, mucho frío. En
aquella base militar perdida en una pequeña isla perteneciente a Alaska la
calefacción no funcionaba del todo bien. Los jefes necesitaban desviar grandes
cantidades de energía para el desarrollo de su arma especial, o juguete, como
les gustaba referirse a él. Esto hacía que la calefacción funcionase a medias,
cuando lo hacía.
El soldado estornudó.
Él se encontraba en aquella base
porque había sido reclutado por la revuelta encabezada por Snake, uno de sus
jefes. Era un soldado, por ello poco importaba que estuviera de acuerdo o no
con aquella revuelta. Como soldado, no era de los más duchos en batalla, por lo
que, en general, siempre había vigilado celdas, cometido del que se ocupaba
ahora. Era curioso, pues su abuelo también había sido soldado y también se
había encargado de vigilar celdas. Cuando era crío siempre le contaba la misma
historia, suceso por el cual dejó de ser soldado. Una base de la Unión
Soviética. Un único preso que había sido torturado por el sádico de su jefe. Un
preso que solo veía por un ojo. Un preso que logró engañarle. Un preso que,
posteriormente, se convertiría en el mejor soldado de la historia. Decía su
abuelo que por un lado se alegraba de que aquel preso le engañase para poder
escapar de la cárcel, ya que muy probablemente evitó una Tercera Guerra Mundial
que hubiera sido el fin del mundo. Después de aquel suceso en la URSS, se dio
cuenta que no debía seguir siendo un soldado de ese tipo.
El soldado estornudó.
Quizás fue ese relato de su
abuelo el que le impulsó a ser soldado y a hacerlo mejor que él, pero sería
cosa del subconsciente, pues su idea principal no era la de vigilar celdas en
una remota isla de Alaska. Hacerlo mejor que su abuelo, sí, pero ya había
fracasado una vez. Había sido unas horas atrás, cuando estaba vigilando a dos
presos. Las celdas de aquel sitio eran habitaciones cerradas, sin más visión al
exterior que una simple rendija en la puerta. Eran dos. En una de ellas se
encontraba una importante persona, a la que todos llamaban Jefe, sin
especificar nombre. La otra persona era una soldado. No se podía quitar a esa
mujer de la cabeza. Recordaba muy poco de ella: tenía una voz muy dulce, unos
claros ojos verdes que cada vez que le miraban hacía que sus piernas le
temblasen, una melena pelirroja, de un color muy intenso, y las maneras de un
soldado algo rudo.
El soldado estornudó.
No podía dejar de pensar en ella
por partida doble. La soldado le había dejado en ridículo y provocado ese
constipado. No recuerda bien cómo fue. Recuerda que le llamó la atención
mientras vigilaba. Recuerda que se había acercado a su celda para ver que
quería. Ella, resultona, le miró de una forma que fue incapaz de resistir. Le
invitó a pasar a su celda y, tonto de él, había caído en su juego. No pasó ni
medio segundo. No abrió la celda ni medio centímetro, y lo último que recuerda
fue un duro golpe en la cabeza. Cuando se despertó, yacía en el suelo
completamente desnudo. Esa zorra le había engañado, robado su uniforme y
escapado. Por si fuera poco, en la otra celda yacía el cadáver del otro preso.
El soldado estornudó.
“Sasaki”, leyó en la chapa de su
uniforme. Después de lo ocurrido lo normal hubiera sido que le hubieran
encarcelado o asesinado, pero como andaban cortos de personal, le dieron otra
vez su uniforme (que había sido encontrado en un baño de mujer) y le asignaron
una tarea que requería de poca cualificación, menos aún que la anterior:
vigilar a un único preso en una celda con paredes de cristal.
El soldado estornudó.
Era sencilla, si no fuera por ese
constipado que le estaba matando y soltando las tripas. Llevaba tiempo
aguantando las ganas de ir al baño, pues no quería dejar al recluso sin
vigilancia, aunque fueran unos segundos. Se fijó en él. Estaba desnudo de
cintura para arriba, algo bastante heroico con el frío que hacía. En la cabeza
llevaba una bandada, algo que le parecía extraño. Pero lo más extraño, sin
lugar a dudas, era su parecido con el jefe que le había reclutado para la
misión. No es que fueran parecidos sin más, no, es que eran calcados. Las
facciones de la cara eran idénticas, y solo se podría distinguir a ambos por el
color del pelo: el del recluso era negro, el del jefe era rubio.
El soldado estornudó.
Le sorprendió que siguiera con
vida. Al frío de la celda había que añadirle dos cosas: la primera de todas era
el hedor que había, pues dentro de la celda estaba el cadáver del recluso que
murió en la otra celda. La segunda, mucho más importante, era que había sido
sometido a tortura mediante descargas eléctricas por “El vaquero”. Le llamaban
así entre los soldados por su afición a los revólveres y por su vestimenta en
general. Se había ensañado con el recluso, ya que en su anterior encuentro “El
vaquero” había perdido la mano.
El soldado estornudó.
“Esa zorra…”. Tuvo que salir
corriendo al baño: las tripas se le habían soltado del todo y necesitaba
evacuar. Lo hizo lo más rápido que pudo, no tardó más de tres minutos. En ese
tiempo era imposible que le diera tiempo a escapar. El soldado rápidamente
volvió a su puesto de vigilancia y… ¡el recluso no estaba! Se puso nervioso. Si
se le volvía a escapar un recluso esta vez ya no le perdonarían por muy faltos
de personal que anduvieran. Se acercó corriendo a la celda y miró por el
cristal. Allí estaba el soldado, debajo de la cama. “¿Te crees que soy tonto?
Sal de ahí”. Le dijo el soldado, y el recluso obedeció saliendo de debajo de la
cama con una sonrisa.
El soldado estornudó.
Escuchó unos pasos alejarse, pero
cuando se giró no vio nada, serían cosas de su imaginación, ese sitio volvía
loca a la gente.
El soldado estornudó.
“Maldita sea”. Cada vez se
encontraba peor.
El soldado estornudó.
Un pinchazo en el estómago hizo
que se doblara de dolor.
El soldado estornudó.
No podía más, necesitaba volver
al baño.
El soldado estornudó
“Ni se te ocurra volver a
intentar jugármela, ¿eh?”. Fue corriendo al baño y, esta vez, estuvo ahí hasta
que hubo completado del todo la tarea. El dolor que sentía era infernal. Los
estornudos y los pinchazos de estómago, acompañados con una diarrea infernal,
hacía que cada vez le costase más estar de pie. Esa mujer, esa maldita zorra,
le había engañado, desnudado y, por su culpa, constipado de tal manera. Odiaba
a aquella mujer. Pero joder, no podía dejar de pensar en sus ojos y en su pelo:
era guapísima.
El soldado estornudó.
Sangre. Un enorme charco de
sangre es lo que vio cuando miró a la celda donde estaba el recluso. Se asustó.
No podía escaparse, pero tampoco morir, pues era un tipo importante. Se olvidó
completamente de la mujer y de los dolores estomacales que sufría. Fue
corriendo a la celda echando mano al manojo de llaves. Metió la llave con manos
temblorosas. Abrió la puerta y levantó el fusil. Lentamente se acercó al
recluso del que emanaba aquel inmenso charco de sangre.
— ¡Eh tú! ¡Levanta!
Pero no hubo respuesta. Trato de
mirar si respiraba, peor ningún vaho salía de su boca ni su cuerpo se movía al
son de la respiración. Se acercó un poco más. Con su pie pisó el charco de…
¿sangre? Noto el tacto pegajoso, pero no de la misma viscosidad de la sangre. Levantó
la bota y… ¿aquello era kétchup? No le dio tiempo a reaccionar. Para cuando se
dio cuenta del engaño, el recluso ya se había levantado y, con una llave, le
había quitado el arma y tirado al suelo.
— ¡No por favor!
Fue lo ultimo que dijo hasta que
vio como la culata del rifle le golpeaba entre los ojos, fundiendo todo en una
inconsciente oscuridad.
Relato basado en >>Johnny
Sasaki durante Metal Gear Solid 1
<<
Por @DVinam7
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Muy bueno el relato, "Estornudé", bastante bien narrado, "Estornudé", y muy entretenido. "Estornudé"… Es que hace frió también en mi casa… Que buena iniciativa la de los relatos con base en un videojuego. Un saludo grande!!!

Gracias por tu visita y comentario compañero!
Si te ha gustado el relato, te alcanzo un buen puñado más:
http://www.orgullogamers.com/search/label/Relatos

Ya sabes que aprovecho cualquier excusa para clavar el spam jejeje 😉

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