Relatos Solidarios. Nueva historia y aventura en forma de relato basado en uno de los videojuegos más conocidos de todos los tiempos.
«El parque de atracciones de Wonder Land»
Muy buenas a todos, queridos lectores. De vuelta con nuestra sección más solidaria. De vuelta con la sección de Relatos Solidarios. Ya son pocos los relatos que tenemos pendientes por recibir para cerrar la primera fase del libro, pero aún estáis a tiempo de enviarnos el vuestro. La cosa va despacio, pero no es algo que vayamos a dejar en la estacada. Seguimos adelante. Aun queda mucho por andar y es importante disfrutar del camino.
Hoy tengo el placer de presentaros mi propio relato. Relato basado en uno de los videojuegos más importantes de mi vida. Le tengo mucho cariño y he querido basarme en él para dedicaros estas letras. Sin más que deciros, os dejo con él. Espero que os haga recordar tiempos mozos!!
Nos vemos!!
«El parque de atracciones de Wonder Land»
Apenas había dormido aquella noche. Llevaba toda la semana pensando en aquel sábado, aquel día señalado a fuego en el calendario, aquel día en el que mis padres habían decidido llevarme a mi y a mi hermano mayor al gran parque de los sueños, al paraíso de la infancia, a Wonder Land.
Esa mañana, la cocina se convirtio en el preámbulo de lo que estaba por venir. Conversaciones entre leche y cereales. A qué atracciones íbamos a montar, qué desfile íbamos a visitar, dónde íbamos a comer, qué lugar elegiríamos para descansar…ahora no recuerdo si en la conversación ganó la zona espacial, la zona del oeste americano o el inmenso barco pirata.
Los murmullos tímidos del comienzo de la mañana fueron dejando paso al vocerío de nuestras discusiones. Mi hermano mayor siempre estaba dispuesto a contrariarme, sobre cualquier cosa y eso hacía que las conversaciones se salpicaran con algún que otro objeto volador no identificado por la cocina. Supongo que le hacía gracia eso de hacerme rabiar, deporte nacional en mi familia por ser yo el pequeño de la casa. Por aquel entonces yo tenia ocho años y mi hermano me sacaba cuatro años más de experiencia en la vida.
Menos mal que siempre estaba papa y mama para calmar un poco nuestros acalorados debates y juiciosamente relataban con tono pausado la «ruta de viaje» que íbamos a desarrollar en Wonder Land, la tierra de los sueños.
Hora de salir. Como buenos hermanos que se precie, cualquier acción requería de competición constante. Ahora tocaba ver quien llegaba antes al coche. Si en el desayuno Chucky, que así apodaba a mi hermano por la película del muñeco diabólico, me había ganado por escasas dos cucharadas de cereales, esta vez sería yo el primero en llegar al coche y atarme como es debido.
«Bien hecho Brushi, (así me apodaba mi hermano a mi, aún no se que referencia usó para llegar a ese mote) esta vez me has ganado, pero el día es muy largo. Prepárate mocoso«. Las típicas y constantes amenazas del bueno de mi hermano que no llevaban nunca a ningún lado…en fin, así era Chuky.
Después de unos cuantos kilometros de marcha, perdiéndome en mis pensamientos observando el paisaje que pasaba como un rio continuo en mi ventana, llegamos a Wonder Land.
Unos cuantos minutos perdidos hasta encontrar aparcamiento que le resultara óptimo a mi padre «no aquí no que es un paso, no aquí no que estamos muy lejos, no aquí no, que si no viene alguien y nos cierra la salida» y unas cuantas cosas más, parecidas a estas, hasta que por fin logramos aparcar.
Otros cuantos minutos perdidos hasta llegar a la taquilla. Por delante quedaba una cantidad ingente de personas tan ilusionadas e impacientes como nosotros. Una lenta pero continua procesión hasta llegar a pie de taquilla. Una de las mascotas del parque en su forma de cartón, señalaba con la mano la altura que necesitabas para pasar «de gorra» al parque. La mano de cartón del conejo apenas rozaba mi flequillo, por lo que mi pase, era de invite. No corrió la misma suerte mi hermano. Otra competición ganada por mi, ya le sacaba dos victorias esa mañana.
Ya teníamos todo lo que la taquillera necesitaba. Ahora solo faltaba que mi padre aflojara la pasta. A juzgar por su ceño fruncido y murmullos malhumorados mientras nos colocaba la pulsera, la cifra tuvo que ser importante.
Ya estábamos dentro del parque. Teníamos a disposición toda una fábrica de sueños y diversión. La locura nos embriagaba. El entusiasmo cegaba nuestra atención. Durante la primera jornada de mañana, probamos todo lo que dio de sí esas primeras horas: Los rápidos, la montaña de la muerte, el pasaje del infierno, Alarma Alien, el carrusel, las naves, los coches de choque, las barcas…en fin…para dar y tomar. Se nos dio realmente bien. Hora de comer.
La hora de comer cuando eres niño y estás en un sitio así, suele ser insufrible. Tanto mi hermano como yo, acabamos con nuestros bocatas en un suspiro y con merecido empate en la competición por ver quien terminaba primero. Lo bueno de tener un hermano mayor, es que es el embajador de tus peticiones. «Por qué no les dices a papa y a mama que nos dejen ir a las atracciones» dije. Dicho y hecho «pero no os alejéis mucho!! y Chucky, cuida de tu hermano!!» Dijo mama.
¿Cuida de tu hermano? de vuelta a las competiciones. Lo primero que hizo Chucky fue retarme para ver quien llegaba antes a «La aventura espacial». salió como un rayo, como si estuviera entrenando para los cien metros lisos de las próximas olimpiadas. Yo traté de seguirlo y durante un momento le seguía el rastro, pero la gente me entorpecía, me hacía desviarme de mi ruta, empecé a esquivar y a esquivar mientras veía que mi hermano cada vez se hacía más y más pequeño…la gente empezó a rodearme por todos lados, perdí completamente la pista de Chuky… hasta que me encontré completamente solo en ese inmenso océano de gente.
Me detuve. Me quedé congelado. La gente se acumulaba cada vez más, haciendo que mi desesperación creciera. Cuando el miedo estaba a punto de conquistarme, miré al frente, por un pequeño hueco que aún dejaba la gran masa, y entonces lo descubrí, como un tesoro.
«La isla de los monos» rezaba aquella inmensa atracción. El miedo dejó paso a la curiosidad. Me acerqué a aquella colosal construcción. ¡¡Habían recreado en cartón piedra, madera y metal casi todo el caribe!!, al menos eso me pareció con mi tamaño y escala de referencia.. ¡¡Pero qué era aquella maravilla!!
Me olvidé por completo de padres, madres y hermanos…acerqué mi pulsera y entré. Con aquel poder de la imaginación que otorga la infancia, no tuve reparo o problema alguno en meterme de lleno en mi papel para disfrutar plenamente de todo aquello. Era algo nunca visto. Distinto. Había escenarios y actores para ambientar, aún más si cabe, aquella maravillosa atracción.
Me acerqué al primer actor que daba el pie a la aventura. Un señor mayor con grandes gafas gordas, de esas que llamamos «culo de vaso», que observaba el puerto. ¡Que maravillosa locura! un señor con evidentes problemas visuales, encargado de vigilar el puerto…aquello empezaba rematadamente bien.
Me acerqué por su espalda y le dije: …(había que inventarse un nombre, de modo que improvisé con la ayuda del apodo que mi hermano me había puesto, otra victoria que me apuntaba, sin duda) «Me llamo Guybrush Threepwood y quiero ser un pirata»
Por Mario Landflyer para Orgullogamer
Dedicado a mi mujer y mi hijo.
Para que busquemos siempre el Big Whoop.
Doctor en Filosofía. Campeón del mundo de futbolín. Mira la magia de mi melena. Practico el deporte y la cultura. Rey Emérito de Orgullogamers.