Hay juegos que nos impactan y nos dejan marcados… Ya sea por algunos momentos épicos, giros de guion o espacios de una belleza artística sobrecogedora. Instantes que nos dejan con la boca abierta, aplastados y atónitos en el sofá.
De todos estos momentos seguro que echáis en falta uno, y no es otro que el momento ESPECTACULAR. Ese momento donde ves que tu maquina puede estallar o como mínimo empezar a sacar humo, por no poder procesar tal magnitud de graficazos. Que momento eh… -risita maligna- Buah! Cuando ves eso en tu pantalla de televisión -antes de tubo y ahora led- y no sabes si llamar a los colegas, a la policía o a un numero aleatorio solo para poder chillar con alguien y sacar la opresión que notas en el pecho al ver tal maravilla y prodigio de la tecnología.
En las generaciones de consolas anteriores, se dio bastantes veces este momento, digamos, «wow»! Ese momento en que ves unos gráficos que no habías visto jamás, unos brillos de luz impensables hasta la fecha, unas texturas casi reales o unas explosiones con cascotes y fuego dignos del mejor John Woo.
No creo que me equivoque demasiado al afirmar que últimamente los momentos «wow» están cambiando a momentos «bluff».
En las mejores ferias internacionales del mundo de los videojuegos nos muestran imágenes brutales, niveles de detalle inimaginables hasta la fecha y después… Después viene el martirio de los downgrades, las bajas resoluciones y los refrescos de pantalla (los frames por segundo) que refrescan menos que el tinto de verano Don Simón.
Sin duda estamos en horas bajas del «wow». No digo que no haya buenos gráficos, sin duda los hay. The Order 1886 es de lo más potente que he visto, pero por desgracia no acompañaba ni el guion ni el ritmo, así que solo quedó en eso, un buen ejercicio de técnica.
Estamos pidiendo a gritos que la nueva generación nos pegue un puñetazo de puro musculo texturizado, un guantazo a mano abierta de mega realidad. En definitiva, un gancho en las costillas de cyber-brutalidad.
En mi cubil del dragón, donde medito cual mago de tres al cuarto, se me apareció la imagen de un juego en la cabeza, y acto seguido mi cerebro reprodujo ese momento «wow» que dicho juego me hizo vivir. Casi me desmayo solo con revivirlo. En consecuencia, vino a mí la reflexión de éste post y la narración de ése mí momento «wow»!.
Algunos lo recordarán, otros ni lo habrán oído jamás. Pero en algún momento de 2006, en pleno cambio de generación -con PS3 y Xbox360 asomando- apareció una maravilla tecnológica conocida como Black.
Un nombre sencillo pero duro. Y es que así era el juego, un Harry el Sucio de la vida.
Black es un shooter en primera persona… ¡ALTO!
A ver… los yogurines de siempre ya os podéis marchar, esto que viene ahora es para adultos.
Como iba diciendo, es un shooter como los de antes. Eso quería decir: duros, difíciles y sin online. Tú midiéndote al cerebro de la bestia -por aquel entonces, una PS2- sin intermediarios. Nada de Modern Warfares estos que son más fáciles que pasear al Pomerania de la vieja de en frente. Éste era más bien como pasear un Pit Bull cabreado y con el humor de tu jefe después de repasar el I.V.A. trimestral.
Black no era un shooter cualquiera. Las revistas del momento lo avisaban: «no va a ser juego del año, pero esto promete». Por suerte mi olfato me aconsejó bien otra vez. Durante los primeros meses el boca a boca lo colmó de alabanzas, pero los primero que lo compramos el día que salía fuimos pocos.
Se presentó como prodigio tecnológico que exprimía la PS2 hasta dejarla ardiendo, pero carecía de muchas cosas éste gorilaco llamado Black. Casi no hablaba y lo suyo no era la narrativa elaborada. ¿Para qué? Si eres puro musculo, golpeas primero y preguntas después.
Puse el juego, la play ronroneó. Menú: nueva partida. La play se agita cual lata de coca cola después de un viaje en coche conducido por tu cuñado.
Arranca. Imágenes de planos de ciudades lejanas, operaciones secretas… La play pega un alarido escalofriante como el de los Nazgul y empieza a ladrar constantemente… ¡Qué más da! Arrancas el juego. Te mueves, saltas, cargas el arma y aparecen los primeros enemigos. Primeras balas que impactan contra paredes y saltan mil pedazos de cemento y ladrillos. El motor de físicas era la nueva maravilla del mundo moderno.
Caen los primeros enemigos. Calle llena de escombros con coche abandonado en medio. Cruzo algunas ráfagas con un enemigo que se cubre detrás del vehículo, intentando dominar las armas potentes y su fuerte retroceso. Salgo de mi escondite, apunto al tipo, disparo, se me va el arma con la ráfaga larga, alcanzo el coche y… ¡BOOOOOOM! Explota el coche y con ello explotaron mis ojos, mi cerebro y di las gracias por estar vivo durante ese instante de 2006.
Una bola de fuego se generó al instante y saltaron pedazos de coche esparcidos por toda la calle y algunos hasta me rozaron. En mi vida había visto algo así en un juego, un «WOW» como Dios manda. Recuerdo que el tiempo se paró, de repente ya no había enemigos y me quede quieto, pasmado en mi sofá de mi comedor de mi recién estrenada soltería -por aquel entonces- y supe que había vivido algo grande, pero no sabía aún que había vivido algo que recordaría toda la vida.
A partir de ahí, Black es un excelente juego de acción pura. Su eslogan: «no dejes una bala por disparar» es un muy buen resumen de la experiencia que te daba el maldito disco digital. Que gran juego. ¿Recordáis…?
Momentos como éste, todos tenemos alguno, o al menos unos cuantos, pero por lo visto al final no son tantos así que recordadlos, como decía el gran Leónidas… Recordadlos…
A veces solo hace falta mirar la estantería de casa y repasar los nombres de esas piezas únicas y solo con ver el cartucho o la caja ¡Boom! Te estalla en la cabeza ese momento «wow». A mí me pasó con éste Black y por eso quería darle homenaje a éste grandísimo juego, que ahora seguramente no impresionaría al típico niño rata que se cree que los gráficos se hacen como las palomitas en el microondas, pero que en 2006 te dejaba con la babita cayendo.
¡Salud orgullosos!
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