El Luchador

El luchador. Nuevo relato para la sección Relatos Solidarios. Basado en un conocido videojuego. Su autor: Najera RetroGames

«El Luchador»
Bienvenidos como cada miércoles a vuestra sección de literatura dentro de las páginas de Orgullogamer. Hoy os presentamos un nuevo relato basado en un conocidísimo videojuego. Esta vez con una particularidad: No vamos a dejar la solución oculta, ya que la misma solución forma parte del relato de hoy. El autor del relato es @NajeraRetrogame  y como en anteriores ocasiones, dispone de su propio blog que no debéis perderos y recomiendo desde aquí su visita: Najera RetroGames os dejo con su espectacular visión del juego.
-El Luchador-
Otro día. 
Tal vez no.
Se desperezó nuevamente confuso, aturdido, como quien despierta de una mala pesadilla para sumergirse irremediablemente en otra más terrible aún.
Trató sin éxito de buscar acomodo en el maltrecho diván conformado por viejos neumáticos, preguntándose cuantas horas habrían pasado desde la última vez.
Lentamente se incorporó, y pudo apreciar su reflejo en los restos de lo que otrora hubiera sido un espejo.
Se observó minuciosamente en el espacio que le reservaba un pequeño fragmento. Sus intensos ojos azules no perdían detalle.
Le costaba reconocer su rostro. Rígidas facciones daban paso a una tez blanca, en línea con una dentadura nacarada, alienada, perfecta. Una frondosa melena rubia impoluta y limpia remataba en un esculpido y ampuloso tupe. Su cuerpo musculado, unos bíceps fruto de gimnasio y unos puños envueltos, casi protegidos, por una cinta roja. Su ropa, un tanto extraña y futurista, lucía inmaculada.
– ¡Joder, si parezco un puto madelman! – Exclamó- ¿Y por qué coño me siento como si una maldita locomotora me hubiera arrollado una y otra vez? ¡Dios! ¡Que alguien me responda! – Bramó desoladamente con la esperanza de recibir alguna respuesta. La perfección de su físico contrastaba notablemente con su estado anímico.
No hubo contestación.

Una vez más, nadie le hacía compañía en aquel oscuro antro salvo aquel extraño deportivo rojo.
Durante el tiempo que permaneció en el almacén la desesperada idea de arrancar el coche y estamparlo contra la puerta de entrada le rondó varias veces la cabeza. Tal vez así conseguiría huir de aquel encierro, dejando todo atrás.
Pero el vehículo no disponía de cerradura alguna. Sus lunas tintadas eran completamente opacas e irrompibles, resultando imposible escrutar su interior.
Todo era jodidamente extraño en aquel lugar.

Eran muchas las preguntas que se acumulaban en su mente. Llevaba ya varios días allí y el cerebro le comenzaba a jugar malas pasadas.
Quería recordar quien era, por qué estaba allí, o al menos, su nombre. Cada vez que lo intentaba una maraña de colores, destellos y estridentes sonidos se agolpaban en su cerebro impidiendo establecer conexión alguna. Le resultaba imposible hacer memoria y eso terminaba por desesperarle, agriando aún más su marcado carácter.
– ¡Al menos una maldita cerveza, solo pido eso! – Más que una petición era un grito desesperado. – ¡Solo una cerveza! ¡Y algo que llevarme a la boca! ¡No pido más! – Acompañó a su grito un duro gesto alzando el puño que le sirvió como desahogo.
No tenía conciencia del tiempo que llevaba sin probar bocado. ¿Horas? ¿Días? … ¿Meses?
– ¡Se que estáis ahí, cabrones! Contestad… ¡Maldita sea! – La desesperación poco a poco se torno en impotencia. Una mezcla de abatimiento y desolación se apoderó de nuestro protagonista.
Compungido, retornó al improvisado sofá, acomodándose entre los maltrechos neumáticos. El olor a goma gastada impregnó sus sentidos, abandonándose a un confortable letargo.
Un grito.

Lo reconocería entre un millón de voces.
Era capaz de diferenciar aquella voz femenina entre un millón. ¡Otro grito más!
Era evidente que alguien se encontraba en claro peligro. Y ese alguien sin duda era Marian, su novia.
Se incorporó del improvisado lecho a la par que un sonido metálico retumbó en el local. La puerta de la entrada ascendía parsimoniosamente, entre estridentes ruidos de engranajes. Una intensa claridad proveniente del exterior inundó la estancia.
Los gritos desesperados se hicieron más audibles.
Era Marian. Sin duda.
Tomó la calle antes de que la puerta completara su ciclo, y con cierta dificultad mientras sus pupilas se adaptaban a la luz, distinguió lejanas varias figuras llevándose a la fuerza a su amada.
– ¡Marian! – Gritó – ¡Malditos cabrones, sed hombres y pelead! –
Miró hacia la puerta del almacén donde se encontraba recluido.
– Almacenes… ¿Matín? ¿Pero que diablos…? – El nombre del lugar no le sonaba en absoluto. Ni las desoladas calles ¿Dónde diablos estaba?
El deportivo rojo bañado por la luz del sol brillaba resplandeciente, casi desafiante.
– Maldita chatarra, con lo bien que me vendrías ahora – Maldecía para sus adentros. No podía perder más tiempo. Marian y sus captores le llevaban mucha ventaja, así que inició la persecución a la carrera.
Marian.
No entendía nada. ¿Que podía pintar su amada en todo esto? Era una persona buena, divertida, amable… No existía motivo para que quisieran hacerle daño. Y joder, ¿Por qué estaba allí?
La presencia de dos desconocidos le arrancó bruscamente de sus cavilaciones.
– ¡Menos mal! Pensaba que era el único en este lugar… ¡Ayudadme amigos!… Acaban de secuestrar a mi chic…. – Antes de terminar la frase un certero puñetazo impactó violentamente en su mandíbula.
El inesperado golpe le hizo tambalearse unos metros, conservando a duras penas el equilibrio.
Era extraño, no sabia si debido al aturdimiento o es que el golpe había activado algún resorte en su cerebro, pero tenía la sensación de estar sumido en un “deja vu”, de haber vivido ya esa situación.
– ¡Pero joder! ¿Que coño te pasa amigo? – Le espetó furibundo llevándose la mano a la dolorida mandíbula.
Otro puñetazo, esta vez de su compañero, se acercó peligrosamente a su estómago.
– ¡Eh, basta ya! ¿Pero que os pasa? – Gritó mientras esquivaba el impacto.
No entendía nada, pero viendo el cariz que estaba tomando la situación no le iba a quedar más remedio que defenderse.
Tocaba pelear.

Su naturaleza, a pesar de su aspecto, no era en absoluto violenta. Siempre había procurado evitar los enfrentamientos, pero aquello era muy distinto. Su novia estaba siendo secuestrada y nada ni nadie le iba a detener.
Sin apenas pensarlo lanzó dos certeras patadas que alcanzaron primero el pecho y luego el lado derecho del rostro de uno de sus contrincantes, derribándolo de inmediato.
Por pura intuición calculó que el segundo pandillero se encontraría a sus espaldas, y de un certero codazo alcanzó de lleno su objetivo, noqueándolo al instante. Se encontraba cómodo con esos movimientos, como si ya los hubiera utilizado con anterioridad, sobre todo este último.
El primero de los contrincantes, aunque maltrecho, se estaba levantando del duro asfalto.  Pero lo tenía claro, no le iba a dejar recuperarse.
Cerró fuertemente el puño y se preparó para asestar un definitivo golpe.
Y entonces ocurrió lo inimaginable. Su brazo no respondió, intentó lanzar un puñetazo pero su brazo no obedecía.
Lo intentó una y otra vez, sin éxito. Se negaba a obedecer. El cerebro le mandaba la orden pero el brazo no respondía, estaba rígido, inmóvil.
– ¿Pero qué…? Mierda, algo me está pasando. Quizás sea un derrame por el golpe… – Los peores presagios azotaban con violencia su mente, más dolorosos incluso que los golpes de sus contrincantes, ya recuperados, que le castigaban sin descanso. – ¡Voy a morir, y no me puedo tan siquiera defender!
La imagen de su amada recorrió fugazmente su mente. Un flash. un chispazo. Fue suficiente.
El mero recuerdo de Marian le supuso un chute de energía.
– ¡Estos malnacidos no van a acabar conmigo!
A través de certeras patadas consiguió deshacerse milagrosamente de ambos adversarios, que yacían inmóviles en el frío asfalto.
Su brazo seguía sin responder. La batalla había sido más dura de lo esperado y no tenía claro si su cerebro había resultado dañado. Estaba extenuado, confuso, y necesitaba descansar.
Las esperanzas de alcanzar a su novia se desvanecían amargamente ante el crudo imperativo físico de su situación.
Necesitaba unos minutos para reponerse.

Buscó acomodo en una pared, al lado de un vetusto cartel, un anuncio de un vehículo Scoot, curiosa imitación del clásico escarabajo de Volkswagen.
Que ironía, había estado custodiando un deportivo rojo, y ahora mismo mataría por disponer de un vehículo, aunque fuera el que anunciaban aquellos obsoletos carteles.
En ese momento sintió una vibración. Venía de la pared donde se había recostado. El ruido era cada vez mayor. La pared tembló violentamente, y un estruendo ensordecedor inundó la calle. Gran parte del muro se desplomó a sus pies.
Una intensa polvareda se apoderó del lugar. Entre la espesa nube pudo distinguir una extraña figura emergiendo de la oscuridad. No podía ser cierto. Cuatro metros de bestia infrahumana asomaban desde el interior del muro. Un enorme gigante que se abría paso a golpes entre los restos de ladrillo, polvo y cemento. Se detuvo, y clavó su mirada en nuestro conmocionado protagonista. Desafiante, rabioso.
– ¡Joder, joder, joder! Definitivamente… ¡Hoy no es mi día!!- Exclamó mientras se incorporaba por imperiosa necesidad.
El coloso rival levantó ambos brazos con la clara intención de machacar a nuestro particular héroe, que a duras penas consiguió esquivar el mortal ataque.
Corrió todo lo que le permitían sus mermadas energías, huyendo del titán.
Entonces descubrió con estupor la última sorpresa que aquel esperpéntico lugar le tenía reservada.
Una vez avanzados unos pocos metros el suelo se tornó resbaladizo, como hielo. Por más que corriera no conseguía avanzar, como si un muro invisible e intangible no le dejara continuar su huida. Una pavorosa pesadilla.
Podía sentir a aquel despiadado ser acercarse, notaba su gutural respiración. El miedo comenzó a hacer mella, amplificado más aún si cabe por la angustia de su brazo completamente inmóvil.
Entonces ocurrió.
En ese preciso instante, con sus sentidos dominados por el miedo, algo cambió. Miró detalladamente el lugar. A pesar de ser un sitio desconocido lo sentía extrañamente familiar. Lo que estaba sucediendo tenía la sensación de haberlo vivido antes, pero no una, cientos, miles de veces.
Su novia secuestrada, los pandilleros, la lucha como forma de vida, las largas esperas en el almacén. Innumerables peleas y situaciones le vinieron como fogonazos a su fatigada mente. Flashbacks de muertes ajenas, y lo más extraño, muertes propias.
Que ignorante había sido. Tal vez ingenuo.
En aquel entorno no era el héroe, no era el protagonista. Solo era una marioneta. Un personaje en un mundo que no le correspondía, programado, manejado y manipulado por las sombras que mueven realmente los hilos.
Daba igual lo que hiciera, pensara o creyera. Sus sueños de una vida normal, con un trabajo normal, tal vez electricista o carpintero, quien sabe, sus ansias de descubrir mundo, su futuro con el amor de su vida tantas veces arrebatado en sus narices. Su necesidad imperiosa de vivir. De disfrutar.
Todo era falso.
Su vida ya no contaba. Formaba parte de un pixelado mundo hecho a medida, gestionado y negociado al antojo de terceros. Solo era parte de una maquiavélica cadena. Un entretenimiento del consumismo. Un producto de usar y tirar.
Ya podía sentir el vomitivo aliento del enemigo humedeciendo su nuca, mas no trató de defenderse. Ya no importaba.
Su destino se limitaba a un maltrecho sofá, un oscuro almacén y una vida de peleas y sufrimiento.
Un destino que tampoco es tan diferente del nuestro.
Y llegó el golpe mortal.

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Un bar cualquiera – 1989

– Joder que pasote de máquina ¿no? – Preguntó un joven que miraba embelesado la nueva adquisición del bar cercano a su casa.
– Si… ¡Está de puta madre! De peleas, tío – Le respondí mientras me mordía la lengua tratando de esquivar un puñetazo de una bestia parda.
– ¿Como se llama?
– Double Dragón o algo así… No, no, ¡¡¡¡NOOOO!!! Mierda… ¡Me han matado! – Bramé desesperado mientras abandonaba la máquina golpeando el mando con furia.
– ¿Vas a jugar más?
– No, no, toda tuya. Pero si juegas, no lo hagas con el «Player 1», juega en el otro mando.
– ¿Y eso?
– Porque está roto el botón de dar puñetazos.
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